Aceptar las emociones
Aceptar las emociones: un camino realista hacia el bienestar mental
Aceptar las emociones no es un acto pasivo ni un gesto de resignación. Es, en realidad, una de las decisiones más activas y transformadoras que una persona puede tomar. En una cultura que presiona para “superarlo todo”, mostrarse fuerte y aparentar invulnerabilidad, aprender a dar espacio a lo que sentimos se ha convertido casi en un acto de resistencia. Los artículos recientes sobre salud mental coinciden en una idea central: el auténtico bienestar se construye cuando dejamos de luchar contra lo que sentimos.
Los discursos que animan a una superación inmediata —como señala Mónica Heras en Vogue— generan una paradoja emocional: cuanto más intentamos ignorar el malestar, más se intensifica. Frases como “no debería sentirme así” o “ya debería haber pasado página” no resuelven nada; al contrario, alimentan la culpa y la frustración. Aceptar las emociones implica justamente lo contrario: reconocer la tristeza, la rabia, la confusión o el miedo como señales legítimas de que algo importante está sucediendo en nuestra vida.
Este proceso de validación emocional desempeña un papel esencial en la salud mental. Según escribe la psicóloga Mar Muñiz en YoDona, el cerebro necesita comprender lo que siente para poder regularlo. Cuando una emoción se suprime, el sistema nervioso aumenta la respuesta de alerta, elevando el estrés y dificultando la claridad mental. Por eso, los especialistas insisten en que poner nombre a lo que sentimos es el primer paso para transformarlo: si puedo decir “estoy desbordado”, también puedo preguntarme “qué necesito ahora”.
El arte de aceptar las emociones en un mundo acelerado
Aceptar las emociones en un entorno hiperexigente no es sencillo. Vivimos en una sociedad acelerada, orientada a la productividad, que premia la eficiencia y castiga la pausa. En este contexto, sentirse cansado, vulnerable o triste se percibe como una debilidad, no como un mensaje valioso del propio cuerpo y de la propia mente.
Los psicólogos explicamos que el estrés prolongado altera la percepción de lo que es importante. Cuando la carga emocional es alta, la mente se organiza en modo supervivencia: “aguanta”, “no pares”, “resiste”. Sin embargo, el objetivo no es solo resistir, sino vivir con calidad. Y esa calidad nace cuando nos permitimos interrogar nuestras emociones en lugar de silenciarlas.
Aceptar significa concedernos tiempo para escuchar la historia que hay detrás de cada emoción. ¿Qué desencadena la frustración? ¿Qué nos quiere decir la tristeza? ¿Qué señal envía la ansiedad? Las emociones no aparecen para estorbar, sino para informar. Darles espacio es recuperar la capacidad de autoconocimiento que tantas veces queda tapada por la prisa diaria.
En este proceso de escucha interna también influyen hábitos cotidianos que apoyan la claridad mental y la regulación emocional. Algunas personas recurren a antioxidantes naturales que contribuyen a reducir el estrés oxidativo y a mejorar la función cerebral. En este sentido, complementos como Regis Cardio
—formulado con Coenzima Q10, Omega 3, resveratrol, Tiamina (B1), vitaminas A, C y E— pueden ayudar a optimizar la energía celular y favorecer la recuperación tras el cansancio físico o emocional. Para quienes buscan profundizar en los beneficios del resveratrol, este compuesto antioxidante lleva años estudiándose por su papel en la protección frente al estrés celular.
También es fundamental abandonar la idea de que sentir es un proceso lineal. Aceptar las emociones es un ejercicio profundo que requiere lentitud. Habrá días en los que avanzar signifique llorar; otros, descansar; otros, incluso retroceder. Este aparente retroceso forma parte del camino de integración emocional.
La ciencia del bienestar muestra además que la aceptación facilita la regulación fisiológica. Cuando dejamos de luchar contra lo que sentimos, el cuerpo reduce la tensión muscular, disminuye la activación del sistema simpático y recupera el equilibrio interno. Aceptar no solo calma la mente: reorganiza el organismo.
Aceptar tampoco significa conformarse. Significa comprender lo que ocurre para actuar con mayor lucidez. A partir de la aceptación, una persona puede poner límites, pedir ayuda, cambiar hábitos, tomar decisiones más ajustadas y avanzar sin negar su vulnerabilidad.
En última instancia, aceptar es un acto de compasión hacia uno mismo. No se trata de justificarlo todo ni de evadir responsabilidades, sino de reconocer que somos humanos, que no siempre podemos con todo y que no existe bienestar posible sin una relación honesta con nuestras emociones. Aceptar las emociones es permitir que el dolor exista sin convertirse en identidad, y abrir la puerta a respuestas más conscientes, más maduras y más libres.

