Dalí y Disney: una amistad surrealista que cambió la historia de la animación
Cuando se piensa en Salvador Dalí, lo primero que viene a la mente es el surrealismo: relojes derretidos, paisajes imposibles y una imaginación sin límites. Pero pocos saben que, en medio del esplendor de Hollywood, el genio de Figueres (Gerona) entabló una amistad profunda y creativa con otro visionario: Walt Disney. Dos mentes opuestas en apariencia —un artista catalán amante del subconsciente y un productor norteamericano defensor del sueño americano— unieron sus talentos para crear una de las colaboraciones más insólitas del siglo XX.
Su encuentro se produjo en 1945, cuando Dalí ya era una figura consagrada del arte moderno y Disney se encontraba en el apogeo de su carrera cinematográfica. Tras el éxito de películas como Fantasía o Bambi, Walt buscaba nuevas formas de llevar la animación a un nivel más artístico y universal. En ese contexto, decidió invitar a Dalí a los estudios Disney en Burbank, California, para trabajar juntos en un proyecto experimental que combinaría arte, música y animación: el corto “Destino”.
Desde el principio, la colaboración entre ambos fue un choque de genios. Dalí aportó su imaginación desbordante, sus símbolos oníricos y su visión del tiempo como elemento maleable. Disney, por su parte, ofreció la técnica, la narrativa visual y la capacidad de materializar en movimiento los sueños más imposibles. El resultado fue un universo visual inédito: Cronos, el dios del tiempo, se enamora de una mortal, y ese amor imposible se representa a través de desiertos simbólicos, figuras danzantes y paisajes que se transforman con la lógica de un sueño.
Dalí trabajó durante más de ocho meses en el proyecto, junto al animador John Hench, uno de los colaboradores más cercanos de Disney. Juntos crearon más de 150 dibujos y 20 pinturas que sirvieron de base para las secuencias del cortometraje. Sin embargo, el contexto económico jugó en contra. La compañía Disney enfrentaba dificultades financieras tras la Segunda Guerra Mundial, y el proyecto, demasiado experimental para la época, fue cancelado en 1946. Los bocetos y fotogramas quedaron archivados, como un sueño inconcluso entre el surrealismo y la animación clásica.
A pesar de la cancelación, la amistad entre Dalí y Disney continuó. Ambos se admiraban mutuamente: Walt encontraba en el artista catalán una libertad creativa sin fronteras, y Dalí veía en Disney a un verdadero innovador del arte popular. En una entrevista, Dalí llegó a definir al cineasta estadounidense como “el gran surrealista de América”, destacando la capacidad de sus películas para conectar con el inconsciente colectivo a través de la fantasía. Hay que recordar que Disney es una de las mayores empresas familiares del mundo, cuya herencia ha sido motivo de disputa entre los herederos de Walt Disney.
Décadas más tarde, esa conexión artística se rescató del olvido. En 2003, Roy E. Disney, sobrino de Walt, decidió finalizar el proyecto “Destino” utilizando los dibujos originales de Dalí y las notas que dejó Hench. Con la ayuda de tecnología digital y la colaboración de artistas de Disney Studios, el corto fue completado tal y como lo habían imaginado sus creadores. Estrenado en el Festival de Annecy, la película tuvo una duración de seis minutos y fue nominada al Oscar al mejor cortometraje animado. El resultado fue un homenaje al espíritu visionario de ambos, una sinfonía visual donde el tiempo y el amor se funden en imágenes que parecen flotar entre la pintura y la animación.
Más allá de su colaboración puntual, la relación entre Dalí y Disney simboliza la unión entre el arte y la industria, entre el sueño individual y la producción colectiva. Ambos entendieron que el verdadero arte no debía tener fronteras, y que la imaginación podía servir como lenguaje universal. Si Disney convirtió la infancia y la fantasía en cultura popular, Dalí llevó los sueños a los museos. Juntos, demostraron que el surrealismo podía ser tan cinematográfico como un cuadro en movimiento.
Hoy, “Destino” es más que un corto animado: es un testimonio de lo que ocurre cuando dos genios se encuentran en el momento justo. La amistad entre Dalí y Disney sigue siendo una lección sobre la creatividad sin límites, el poder de la colaboración y la vigencia del arte como puente entre mundos distintos. En cada trazo y en cada movimiento de “Destino” resuena la convicción que ambos compartían: que la fantasía, como el tiempo, es eterna.

